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20 de diciembre de 2015

Los cantares de gesta

Los cantares de gesta
 

Los cantares de gesta (la palabra gesta, del latín, significa "hazañas" o "hechos dignos de mención") son poemas extensos, compuestos en lengua vulgar y destinados al canto o a la recitación ante un público. Perte­necen al género épico (epos, del grie­go, "narración") o narrativo.
Los dos únicos pueblos románicos que desarrollaron en la Edad Media una poesía heroica fueron el francés y el castellano. Sus obras cumbres son, respectivamente, la Chanson de Roland o Cantar de Roldán (siglo XI) y el Poema de Mío Cid (siglo XII).

 La primera manifestación importante de la literatura española, en orden cro­nológico, la constituyen los cantares de gesta o poemas épico-narrativos destinados a evocar ante un público episodios de la historia local o nacional de  España.
Esta producción poética de carácter heroico en lengua vulgar, que nació y floreció en tierras castellanas, está documentada desde antes del siglo XI y se prolonga hasta comienzos del siglo XV. Cubre, en consecuencia, un período extenso de tiempo, lo cual prueba su extraordinaria vitalidad y popularidad. Sin embargo, por tratarse de obras difundidas exclusivamente por medio de la re­citación oral, poquísimos son los textos que se han conservado. El más antiguo que conocemos en su forma original, obra maestra en su género y que ha lle­gado casi completo hasta nosotros, es el Poema de Mío Cid, compuesto en Castilla hacia el año 1140.

Los juglares épicos

La palabra juglar es voz de origen latino (jocularis) que designa a un tipo hu­mano característico de la Edad Media. En un sentido amplio, de acuerdo con la definición de Ramón Menéndez Pidal, "juglares eran todos los que se ganaban la vida actuando ante un público, para recrearle con la música, o con la literatu­ra, o con la charlatanería, o con juegos de manos, de acrobatismo, de mímica etc.". Su oficio consistía en alegrar a la gente, servir de solaz al pueblo, espe­cialmente con el canto o con la música, mediante un pago que podía consistir en dinero, en un vaso de vino o en cualquiera otra forma de retribución. Como los juglares eran a veces autores de las obras que cantaban o recitaban, y éstas estaban en lengua vulgar, la palabra juglar tomó, asimismo, la acepción de "poeta en lengua vulgar".
Entre los juglares más estimados socialmente, por la dignidad de su oficio, encontramos a los juglares de gesta, que eran los encargados de divulgar los cantares o gestas. Su misión no se limitaba únicamente a entretener, sino tam­bién a informar acerca de hechos de armas recientes o de hazañas pasadas que no debían quedar en olvido. Cumplían una tarea didáctica, noticiosa de su­cesos más o menos coetáneos o evocadores de acontecimientos históricos me­morables. 

No todos los juglares épicos fueron autores de las obras que propagaban; a menudo divulgaban gestas ajenas. También, con frecuencia, las reelaboraban y las enriquecían de acuerdo con su personal sentido artístico o con las exi­gencias del público. De modo que si no las creaban, las recreaban, y en cada nueva refundición algo se repetía, algo se renovaba, algo se suprimía o se aña­día, y el cantar se perfeccionaba o se empobrecía según fueran los talentos narrativos o aciertos estilísticos del refundidor. El arte juglaresco es, por ello, un arte tradicional y colectivo. Este carácter hasta cierto punto impersonal de la épica medieval española explica por qué no se ha conservado el nombre de ningún juglar de gesta.
En cuanto a su modo de vida, si bien había juglares que estaban al servicio de nobles señores y de cortes regias o que permanecían en las ciudades a sueldo de los municipios, los más erraban de un lugar a otro, de villa en villa y de pueblo en pueblo, en busca de nuevos y renovados auditorios.

Las gestas como espectáculo público

La recitación de un cantar o poema épico constituía un verdadero espectácu­lo público destinado a gentes de toda condición social y cultural.
Sin que se llegase a una verdadera representación, el canto iría acompañado de gestos y de mímica y el juglar subrayaría con diferentes y oportunos tonos de voz los diálogos o discursos en estilo directo, de acuerdo con la índole de los personajes. Manejaría, sin duda, como un verdadero autor teatral, todos los recursos del arte dramático para crear, con su sola palabra, la ilusión de la acción.

Este carácter de poesía concebida para ser propalada oralmente ante un auditorio más o menos extenso y heterogéneo, en palacios y castillos o en pla­zas y mercados, se advierte en:
  • las reiteradas apelaciones que el juglar dirige al público para llamar su aten­ción o despertar su interés: "señores", "escuchad", "sabed";
  • las series enumerativas de carácter descriptivo que comienzan con el verbo "veriedes" (veríais) o los diálogos encabezados por "odredes" (oiréis);
  • las acotaciones que hace el autor, al abandonar la exposición objetiva de los hechos para expresar su propia subjetividad, la que suena como un eco de los sentimientos colectivos de los oyentes:
  • el paso frecuente al estilo directo sin verbo introductorio: es decir, sin el em­pleo de fórmulas tales como "dijo fulano" o "contestó mengano", propias es­tas últimas de las obras destinadas a la lectura;
  • los llamados de atención para indicar cambio de lugar de la acción épica o para señalar al auditorio la entrada o salida de personajes;
  • el manejo del estilo y de las técnicas narrativas empleadas.

En un cantar de gesta todo está concebido en función de ser obra destinada a la recitación, a la divulgación oral. El lector moderno frente al texto impreso siente la necesidad de leerlo en voz alta, de dramatizar los fragmentos dialoga­dos, de transformarse en un juglar más para recibir, así, auditivamente, el men­saje poético de la narración épica.


Forma métrica de los cantares

Los cantares de gesta están compuestos en una forma métrica fácil de me-morizar y de reconstruir. Dicha forma se prestaba para introducir, en el momen­to del espectáculo juglaresco, variantes y modificaciones dictadas por el gusto del público o por las circunstancias.


Los versos se caracterizan por
  • su irregularidad métrica; es decir, no mantener a lo largo de la obra un número fijo de sílabas;
  • ser bimembres y tener el primer hemistiquio igual o menor número de sílabas que el segundo,
  • Los tipos que más abundan dentro de esta irregularidad métrica, que fluctúa entre las 10 y las 20 sílabas, son los de 7+7, 6+7 y 8+8.
  • La rima es asonante y monorrima. El poeta puede cambiar de asonancia en cualquier momento con entera libertad. Cada una de las series asonantadas en que se divide el poema recibe el nombre de tirada. Las tiradas pueden ser extremadamente breves, de tres o cuatro versos, o muy extensas, de más de cien. No tienen un número fijo de versos.


La rima de las gestas ofrece una particularidad: no emplea asonantes agu­dos, todos son graves. Ello se debe a un arcaísmo lingüístico. Antes del siglo XI, la lengua romance no tenía, como no tiene el latín, voces agudas; y, así, se decía male (mal), señore (señor), leone (león). A partir del siglo XII esas pala­bras se pronunciaban ya sin la -e final, pero los cantares conservaron esa vocal final del primitivo romance en las asonancias, vocal que es casi siempre eti­mológica y muy pocas veces añadida o paragógica, es decir, licencia poética impuesta por la rima.
El uso de la rima asonante a lo largo de toda la tradición épica medieval espa­ñola, el apego a la irregularidad métrica y la conservación en las rimas de la -e final ya perdida en el habla coloquial son tres rasgos arcaizantes característicos del mester de juglaría.

El mester de juglaría

La actividad épica de los juglares cae dentro de lo que desde antiguo se ha dado en llamar mester de juglaría. La palabra mester proviene del latín minis-terium, y significa "oficio", "profesión" o "arte", en este caso, de juglares, Éstos eran, como hemos visto, los creadores, recreadores o simples portavoces de las gestas que divulgaban.

Si resumimos lo expuesto, podemos señalar que la épica del mester de jugla­ría se caracteriza por ser:
  • poesía en lengua vulgar, compuesta en el llano romance del habla cotidiana;
  • poesía oral, destinada al canto o a la recitación y no a la lectura o propaga­ción de un texto escrito;
  • poesía popular, dirigida a todo el pueblo, para deleitar por igual a reyes y señores, a doctos e ignorantes;
  • poesía tradicional, porque los cantares de gesta que obtienen los favores del público y que se popularizan se transmiten de boca en boca y de generación en generación, haciéndose tradicionales;
  • poesía colectiva, porque cuando un poema se hace tradicional, si bien nace como creación de un autor individual es reelaborado y refundido por otros, y termina por ser una producción colectiva e impersonal;
  • poesía anónima, por su carácter colectivo, popular y tradicional;
  • poesía de metro irregular, que fluctúa entre las 10 y las 20 sílabas;
  • poesía de rima asonante o imperfecta;
  • poesía apegada a formas lingüísticas arcaizantes

Verismo épico y verosimilismo realista

Todo poema heroico tiene siempre algo de historia y algo de novela. Nunca es ni narración histórica pura, ni absoluta ficción novelesca.
Si el rasgo distintivo es el gran apego a lo histórico, la obra se caracterizará por su verismo épico. Si predomina lo ficticio o la libre invención de los sucesos, el poema se insertará dentro de una de estas dos corrientes: la del verosimilismo realista o la del verosimilismo fantástico.
En el primer caso, la novelización de los hechos se ubica dentro de una fic­ción imaginativa, que no vulnera la realidad que existió y que corre dentro de sus cauces. En el segundo, la invención novelesca se remonta hasta un mundo fantástico e irreal que acoge, incluso, lo fabuloso.
La épica medieval española se distingue por su fuerte verismo. Su cantar más significativo, el Poema de Mió Cid, es fiel exponente de ello: el elemento histó­rico es preponderante, pero en esa misma obra se dan ficciones novelescas que responden a un verosimilismo realista que no contradice la historicidad esencial de los hechos narrados.
Muy distinta es la épica francesa, mucho más imaginativa y cabal represen­tante del verosimilismo fantástico.
El Cantar de Mío Cid y la Chanson de Roland ilustran dos modos épicos dife­rentes que responden a dos concepciones literarias antagónicas.
No olvidemos que las gestas españolas nacen como expresión más o menos coetánea de sucesos recientes de la historia local o nacional. Los aconteci­mientos poetizados están aún vivos en la memoria colectiva y no pueden ser modificados en lo sustancial. Si el tema logra éxito y perdura, el cantar sufrirá con el transcurso del tiempo sucesivas refundiciones, crecerá internamente, recibirá una más acusada elaboración literaria y se enriquecerá con ficciones más o menos novelescas pero verosímiles. Se alterarán detalles, se deformarán hechos, podrá cambiarse el desenlace, pero se respetará siempre el fondo his­tórico que le dio origen y que la tradición conserva.

Tan marcada es la historicidad de la épica medieval de España que, en el siglo XIII, cuando se empieza a escribir en prosa romance el pasado hispánico, los viejos cantares y sus reelaboraciones sirven de fuente a los cronistas, quie­nes los resumen o prosifican en sus crónicas como testimonios dignos de cré­dito. Gracias a esas prosificaciones conocemos indirectamente muchos poe­mas perdidos, tanto en sus formas más primitivas como en las de posteriores y tardías refundiciones.

Desarrollo histórico de la épica de juglaría

Menéndez Pidal distingue cuatro períodos en la historia de los cantares de gesta españoles:

De formación (desde los orígenes hasta 1140). Los poemas se caracterizan por ser narraciones breves 500 ó 600 versos— de hechos de armas re­cientes o de historias locales o familiares casi contemporáneas. Predominan los temas que cantan rivalidades entre reinos y condados, y asuntos domés­ticos de infidelidad, venganza, amor y honra.

De florecimiento (1140-1236). La juglaría española se enriquece en contacto con la francesa, que penetra por el camino a Santiago de Compostela, activa vía de peregrinaje e intercambio cultural. Bajo la influencia de la épica trans­pirenaica las gestas se alargan —3 000 versos o más— y se dividen en partes o cantares. La historia reciente sigue nutriendo la temática y ésta adquiere un carácter más nacional y menos localista. El Poema de Mío Cid, compuesto a escasos 40 años de la muerte del héroe, inaugura e ilustra esta etapa de apogeo. Se introducen, también, temas legendarios y de asunto francés. In­dependientemente de estas novedades de fondo y de forma, las gestas bre­ves, continuadoras de la tradición primitiva, mantienen vigencia.

De las prosificaciones (1236-1350). Las gestas hallan amplia acogida en las crónicas que se convierten en depositarlas de la producción épica, pasada o reciente. Los acontecimientos contemporáneos ya no inspiran nuevas obras y los juglares se dedican a refundir viejos poemas en cantares de largo aliento que, si bien ganan mayor interés novelesco, pierden paulatinamente valor his­tórico. Por último, el mester de juglaría entra en competencia y rivalidad con el mester de clerecía.

De la decadencia (1350-1450). Las crónicas, como en el período anterior, in­corporan activamente resúmenes y prosificaciones de los cantares conser­vados en la tradición popular o de los que aún continúan refundiéndose para deleite del público. Las repetidas reelaboraciones de temas ya agotados, el desaliño de su composición y las arbitrariedades históricas terminan por can­sar el gusto de los oyentes, y el género se extingue. Conservamos de esta época, en su forma métrica, un cantar de tema cidiano, el de las Mocedades de Rodrigo. Data de fines del siglo XIV y es refundición de uno anterior.



Fuente: España en sus letras; Ed.Estrada, Bs.As.,1985

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