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4 de abril de 2015

El decadentismo- Características

El decadentismo es una explosión imaginativa en un mundo dominado por la literalidad. La rebeldía contra la ética y la estética imperantes, por un lado, y la exploración sistemática de la angustia de vivir encuadrada en la búsqueda de nuevas for­mas expresivas, por otro, dan cohesión a un grupo de artistas euro­peos y americanos que producen sus obras más representativas entre 1880 y 1910.

Los decadentistas construyen una constelación de redes metafóricas que se expande concéntricamente desde París a todos los países que caen en su órbita cultural. Continúan las búsquedas formales de sus maestros, llevándolas a la exaspera­ción, al exceso, por lo que clausuran las posibilidades abiertas por el romanticismo, a la vez que abren el camino a los movimientos de vanguardia.

Los decadentistas reaccionan contra el positivismo, el realismo y el naturalismo. Los grandes maestros del decadentismo, reconocidos tanto por los integrantes del movimiento como por la crítica, fueron Poe, Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y Verlaine.

Hay dos grandes tendencias en el movimiento: la pesimista, derivada de la filosofía de Schopenhauer, por la que se rechaza la voluntad de vivir y se considera que la contemplación estética es la única felicidad verdadera del hombre; y la voluntarista , deriva­da de Nietzsche, para la que los estetas son los hombres superio­res que están más allá del bien y del mal.

Los decadentistas practican la discontinuidad, la fragmenta­ción, la acumulación, la reflexividad del texto. Apuntan a un sen­tido que está siempre más allá, en otra parte, recreándose en la polisemia y en las ambigüedades personales y textuales, provo­cando siempre la imaginación del lector. Como señala Cario Annoni, con el decadentismo se consuma la liquidación de las formas en el arte: se pasa de la poética de la forma a la poética del signo, la música llega a la atonalidad y la pintura inicia el camino de la abstracción.

El decadentismo y el simbolismo europeos, y el modernismo en los países hispánicos, fueron un renacimiento del espiritualismo, una revalorización de lo que puede percibirse más allá de los sentidos, un misticismo profano, una preferencia por lo excepcio­nal, lo arquetípico, lo exótico, lo misterioso; una búsqueda de ana­logías y correspondencias que explicaran el sentido oculto del uni­verso, una evocación por la palabra y el ritmo de matices y sutile­zas. Un rechazo, por lo tanto, del realismo, del racionalismo, del positivismo y de la fealdad burguesa e industrial.

 Dentro de esta revolución de la sensibilidad y el gusto que significaron los movimientos citados, el decadentismo es asimilado a la temática más morbosa, más truculenta: las perversidades sexuales, el sacrilegio, la mezcla de erotismo y religión, el satanismo, lo macabro, el deleite en la enfermedad y la agonía, la admiración por la barba­rie, los seres marginales y fuera de la ley; el desprecio, en fin, de la moral burguesa.

El mensaje de Des Esseintes, el personaje de A rebours de Huysmans, prototipo del héroe decadentista, podría sintetizarse en la frase: "El mundo es como yo quiero que sea, yo me lo invento". Pero no hacen falta héroes ficticios para ejemplificar prototipos decadentistas, ya que un tópico de este movimiento fue confundir vida y literatura, y nada mejor entonces que leer la biografía de "Papá Verlaine", "aquel divino huésped de hospitales, de tabernas y de burdeles" como lo llamó Valle Inclán.

El decadentismo fue también un modo de vida: el siglo XIX, que vio tantas transformaciones sociales al consolidarse la revolu­ción liberal, asistió al nacimiento de la vida bohemia. Conspiradores, artistas, jóvenes que abandonaban sus hogares por una vida sin sujeciones burguesas integraban el grupo, que se nutría con otros marginados. El café y las redacciones de los periódicos eran los lugares habituales de reunión, generalmente  alegre y bulliciosa aunque sus integrantes estuvieran en la miseria.

 A fin de siglo la bohemia había consolidado sus estereotipos: genialidad, hambre, rebeldía. Paul Verlaine fue la figura prototípica de la bohemia parisiense durante los diez últimos años de su vida, convirtiéndose en una figura legendaria del barrio latino por su atuendo, los escándalos de su vida, su magisterio sobre los jóvenes escritores, sus excesos, sus hospitales. En la última déca­da del siglo (murió en 1896) fue imitado, admirado, protegido por los decadentistas.

Alternar el hambre con manjares y bebidas caras o los harapos con el smoking -el bohemio y el dandy son prototipos de la época-significaban el desprecio de la medianía, del buen sentido burgués.

La transgresión de los límites semánticos de las palabras, de los límites sintácticos de la oración, de los límites de la proso­dia, de los límites entre las artes, tiene su contrapartida en los temas preferidos por los decadentistas: la podredumbre, lo prohibido, la muerte invadiendo la vida  y viceversa, los límites entre los sexos, el hermafrodita, el arte imitando la vida y la vida imitando al arte, la búsqueda del absoluto por vericuetos inexplorados...
Visiones de exceso que llegan a los movimientos de vanguar­dia y son reelaboradas por el surrealismo; dentro de este movi­miento es quizás Georges Bataille quien las ha explorado más sis­temáticamente, tanto en sus novelas como en sus ensayos.


Fuente: Leda Schiavo ,  El éxtasis de los límites, Ed. Corregidor (sin más datos).

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