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17 de diciembre de 2014

La mística española: Santa Teresa de Jesús, mujer de dos reinos

La mística española: Santa Teresa de Jesús, mujer de dos reinos

Introducción : Ascética y mística: de la vida a la gloria

Durante el segundo Renacimiento, el hombre se siente desilusionado del mundo, desengañado. Entonces, comienza a menospreciar esta vida y a poner toda su esperanza en la otra; se preocupa por la inmortalidad y por la recom­pensa o el castigo después de la muerte. Lee libros de tema religioso, es decir, de edificación espiritual.

Frente al crecimiento del materialismo, la indiferencia, la anarquía y la herejía, los escritores ascéticos y místicos se proponen ofrecer al pueblo una lectura valiosa que lo guíe hacia el Bien y hacia la Verdad.

La ascética española contempla el obrar del hombre en la Tierra con los ojos puestos en la Eternidad.
El término ascética proviene del griego y significa "ejercicio", "esfuerzo". Esta práctica de las virtudes cristianas prepara el alma para alcanzar la per­fección, le muestra el camino de la gracia, para que se produzca su unión con Dios
El asceta profundiza la meditación religiosa, se siente impulsado hacia lo sobrenatural con el sostén de la razón y de la voluntad.
En cambio, la vida mística implica la fusión del alma con Dios en esta vida, es decir, la participación terrena de la visión beatífica. Su meta suprema es el "subido sentir de la divinal esencia"; el alma, despojada de todo apego a lo terrenal, se encierra en sí para lanzarse en busca de Dios con el aliento del amor y la guía de la fe.

La palabra mística procede del griego y significa "cerrar", "guardar un se­creto" y, además, "arcano", "misterio". Francisco de Osuna en su Tercer abe­cedario considera sinónimos los conceptos de místico y escondido, y San Juan de la Cruz dice que el alma participa, por el amor, de la contemplación de Dios de modo "callado y secreto".
El espíritu desnudo asciende lentamente, entre gozos y padecimientos, hasta unirse con el Amado. Esta meta excede todo conocimiento y es, en sí misma, inefable. Obran la voluntad y el afecto. 
El místico lucha infatigablemente por su perfección y refuerza su ejercicio de la virtud cristiana con actos de mortificación, obediencia y humildad. Su cono­cimiento de Dios se da por vía sobrenatural, no racional.
Los caracteres fundamentales de la mística española son, pues, el amor, fuego del alma; el menosprecio del mundo, el gran engaño en que andamos y la sequedad que tenemos; el dominio de las pasiones y la oración, el pan con que todos los manjares se han de comer.
El místico describe, desde un punto de vista psicológico, sus experiencias del éxtasis ,  las fundamenta luego teológicamente, o comunica, mediante la poesía, ese vivir desviviéndose, esa sed de Divinidad sólo aplacada en el ins­tante de la sublime unión. No existe, pues, en las obras místicas una diferencia concreta entre religión y vida o entre religión y literatura.

El camino de perfección

Para llegar a su completa unión con Dios, el místico sigue un camino que consta de tres momentos:
Purgatio o vía purgativa. Consiste en la purificación del alma, que siente deseos de Dios, mediante su alejamiento del mundo y su recogimiento en la oración, la penitencia y la meditación para alcanzar el estado de gracia.

llluminatio o vía iluminativa. El alma ya purificada goza de la contemplación de Dios, quien la ilumina por la senda de la virtud; Él es el compañero de peregrinación que la consuela y la auxilia.

Unió o vía unitiva. El alma, abandonada completamente a su Creador, se consume en su "fuego divino" y experimenta dones extraordinarios, como el del éxtasis. Ya se han producido las bodas místicas, pues el alma, Esposa del Supremo Bien, se ha elevado hasta la última perfección, sobre todo lo criado.

Santa Teresa de Jesús, mujer de dos reinos

Teresa de Cepeda y Ahumada nace en tierras de Ávila de los Caballeros el 28 de marzo de 1515, y recibe de esa ciudad, verdadera fortaleza de la fe, la iluminación necesaria para emprender con ansia mística el camino de perfec­ción que la conduciría al cielo en olor de santidad. Dice Santa Teresa:

El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía para ser buena.

A los siete años su incipiente fervor religioso la lleva a partir con su hermano Rodrigo a tierra de moros, para sufrir el martirio por Jesucristo; ése es su más alto ideal. Pero el deseo de que los "descabezasen" no se cumple, pues su tío, que los encuentra, los devuelve al hogar.
De que vi que era imposible ir adonde me matasen por Dios, ordenábamos ser ermitaños; y en una huerta que había en casa procurábamos, como podía­mos, hacer ermitas, poniendo unas pedrecillas, que luego se nos caían.
Teresa ya es una elegida. Ávida lectora de libros de caballería y de oración, ama la soledad para rezar sus devociones, y el silencio.

A los doce años pierde a su madre; entonces se pone bajo la protección de la Virgen María, de quien será siempre devota. Desde este momento vuelca todo su amor en su padre, hombre severo y piadoso.

El florecimiento de la juventud la lleva a ciertos devaneos frivolos; gusta, entonces, de traer galas y desear contentar en parecer bien, con mucho cuidado de manos y cabello, y olores, y todas las vanidades que en esto podía tener, pero jamás ofende gravemente a Dios.
Más tarde es confiada a las monjas agustinas de Santa María de Gracia, en su ciudad natal; allí realiza labores y prácticas religiosas, pero aún no aspira a ser esposa de Dios. Esto ocurre cuando el estudio de las cartas de San Jeró­nimo enciende su entusiasmo por el ascetismo y madura su deseo de renunciar a todo lo terreno.

Ante la oposición del padre, decide huir con uno de sus hermanos. Finalmen­te, don Alonso accede, e ingresa en el Monasterio de Carmelitas de la Encar­nación de Ávila, donde se somete con gozo a los ejercicios espirituales del no­viciado y toma el hábito en 1536. Aquí se plantea el problema de su auténtica vocación; la lucha entre sus sentimientos y la razón resienten su salud y debe partir a la casa de una hermana para reponerse.

Padece, luego, terribles enfermedades, cuya curación atribuye a San José: desde entonces se da a propagar su devoción.
En 1563 funda el Convento de San José, en Ávila, con sólo cuatro novicias.  En él encuentra su verdadero hogar en la Tierra. Esta casa abraza una norma de vida que no exige el voto de clausura. Santa Teresa —de acuerdo con los orígenes de la Orden Carmelita— se inclina por una vida serena, solitaria y de retiro, semejante a la de los antiguos ermitaños. Su reforma gira en tomo de los siguientes aspectos:

  • evitar el número elevado de monjas;
  • tratar de vivir sin limosna y demanda de dinero;
  • no hacer diferencias de clase entre sus monjas;
  • borrar el tratamiento de "doña" a las que ya son religiosas;
  • limitar al máximo las visitas;
  • exigir el uso de velo cuando la carmelita se presenta en público;
  • eliminar la figura mediatizadora del vicario;
  • tomar precauciones normativas sobre confesores y directores espirituales. 


Su intrépida vida de fundadora la conduce desde los límites materiales de nuna pequeña ciudad española hasta el espacio infinito de la eternidad, pues sus aspiraciones celestiales se mezclan con los intereses del mundo.

El sufrimiento del cuerpo le abre una nueva senda: la del gozo del alma. Santa Teresa no sólo conversa con los hombres, sino también con Dios y con los ángeles: Comenzóme a crecer la afición de estar más tiempo con Él...

En 1567 conoce a San Juan de la Cruz. Al año siguiente funda con él el Convento de Carmelitas Descalzos e infunde a los frailes sus ideas de reforma y de restauración.
Sus visiones divinas proliferan: Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades. Sus trabajos en la Tierra son cada vez más arduos: Si os acobardáis en vuestro camino, si morís en la ruta, si el mundo es destruido, todo está bien, con tal que alcancéis vuestra meta.

Fundar conventos no es tarea fácil, pero ella lucha hasta el fin. desafiando todas las dificultades, y lo logra. Ha dicho Ramón Gómez de la Serna que Santa Teresa "es como una guerrera que da sus batallas al mundo y le gana victo­rias Así nacen los de Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca y otros, sobre la sólida base de una voluntad sin desmayo.

Su cuerpo continúa abrumado por los males, pero en su espíritu reina la paz, pues tiene su fuente en el Cielo:
Sólo con la confianza Vivo de que he de morir, Porque muriendo' el vivir Me asegura mi esperanza. Muerte do el vivir se alcanza. No te tardes, que te espero, Que muero porque no muero.


Así, con los ojos puestos en el verdadero y perpetuo reino que pretendemos ganar, abandona el mundo el 4 de octubre de 1582, fortalecida por la oración y abrasada en la gloria de su Creador.

En 1614 es beatificada por el Papa Paulo V. En 1617, las Cortes españolas la declaran Patrona de España. En 1622, Gregorio XV la canoniza. El 18 de sep­tiembre de 1965, Paulo VI la nombra Patrona de los escritores católicos de Es­paña y el 27 de septiembre de 1970, la proclama Doctora de la Iglesia.

Su obra, una escala al Cielo

Libro de la vida. El título revela ya su carácter autobiográfico. Termina de es­cribirlo en Toledo en 1562, para cumplir con la voluntad de los que le encar­gan su redacción. En todo momento declara humildemente que no es escritora y que carece de capacidad para serlo: .. .yo sin letras ni buena vida ni ser informada de letrado ni de persona ninguna... A pesar de ello, lo que escribe lo dice con toda verdad.
Santa Teresa no le pone título a su obra, pero suele llamarla el libro grande, mi alma, estas cosas de oración, el discurso de mi vida o Libro de las misericordias de Dios. Consta de cuarenta capítulos en los que abre su corazón a los hom­bres doctos y de experiencia y discreción cristiana. No sólo narra episodios de su infancia y de su juventud, sino también sus vivencias místicas y su constante bregar como fundadora. El objetivo que persigue es "dar noticia" de su alma a los que la han de guiar, es decir, a sus confesores.

La Santa nos dice que su vida ha sido de muchos trabajos de alma. De ahí que su obra sea también un valioso tratado de doctrina y de oración.
Con extrema sencillez y naturalidad nos muestra su cielo interior, iluminado por la paz de los elegidos.

Libro de las Fundaciones. Es la narración de su labor como reformadora y fundadora. Que ahora que lo voy escribiendo, me estoy espantando y deseando que nuestro Señor dé a entender a todos cómo en estas fundaciones no es casi nada lo que hemos hecho las criaturas.

Debe de escribirla entre 1573 y 1582. Con ella Santa Teresa completa lo dicho en el Libro de la vida acerca de su inagotable actividad religiosa, desde 1567 hasta 1572, aproximadamente. Es, como aquélla, obra de encargo, pues su confesor, el padre dominico fray García de Toledo, le pide que la escriba y que trate en ella algunas cosas de oración.
Recibe, además, el mandato divino para emprender su trabajo: Hija, la obe­diencia da fuerzas.

Camino de perfección. Es un tratado de vida interior, de edificación espiri­tual; obra puramente ascética que, de acuerdo con las palabras de la Santa, completa cierta relación de su vida. Lo llama librillo y Paternóster. En uno de los manuscritos autógrafos aclara que lo escribe para sus monjas.
En sus páginas propone el fin de su Orden y habla sobre el valor de la ora­ción para alcanzarlo. Lo escribe a instancias de las monjas del Monasterio de San José: .. .ha sido tanto el deseo que las he visto y la importunación, que me he determinado a hacerlo, pareciéndome por sus oraciones y humildad querrá el Señor acierte algo a decir que les aproveche y me lo dará para que se lo dé.
Su objetivo es orientar a las religiosas para que huyan de las tentaciones.

Comienza su redacción en 1565 y la acaba cinco años después. Para emprender el "camino de perfección" aconseja a sus monjas menos­preciar el mundo; profesar la pobreza, la verdadera humildad: tener altos pen­samientos; orar sin cesar; ayunos, disciplinas, silencio, soledad: amor unas con otras; paz interior y exterior; que la voluntad sea sólo esclava de Dios.

En la última parte del libro realiza una exposición del Padrenuestro y lo glosa con comentarios acerca de los diversos grados de la oración.

 Las Moradas o Castillo interior. El título real es Moradas del Castillo interior Es el más importante de sus libros y el que contiene más sistemáticamente su experiencia mística. Constituye un tratado completo sobre el alma y sus relaciones con Dios.
Comienza a escribirlo en Toledo en 1577, con la anuencia de sus superio­res, y lo concluye en noviembre del mismo año, después de haber interrum­pido su redacción durante cinco meses.
Santa Teresa se vale de la alegoría para presentar el alma como un castillo dividido en siete moradas, en cuyo centro se halla Dios: .. .este castillo tiene —como he dicho— muchas moradas, unas en lo alto, otras en bajo, otras a los lados, y en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma. Las tres primeras moradas corresponden a la vía purgativa; las tres siguientes pertenecen a la vía iluminativa; en la sexta, el alma ya queda herida del amor del Esposo, y en la última, se produce el matrimonio espiritual: Es un secreto tan grande y una merced tan subida lo que comunica Dios allí a el alma en un instante y el grandí­simo deleite que siente el alma, que no sé a qué lo comparar, sino a que quiere el Señor manifestarle por aquel memento la gloria que hay en el cielo, por más subida manera que por ninguna visión ni gusto espiritual.

Dedica la obra a sus monjas, a las que insta a desconfiar de la imaginación que puede conducirlas por los caminos de la falsa vida del espíritu.

Otras obras. Escribe también poemas —cualquier acontecimiento conven­tual le es propicio para demostrar su habilidad como "trazadora de versos"— y cartas, en las que no sólo revela su infatigable labor, sino también su entra­ñable amor por el prójimo.

Un lenguaje de espíritu, un estilo de ermitaños

Aunque en todo momento Santa Teresa trata de mostrarse como una iletrada —.. .si fuera persona que tuviera autoridad de escribir...; .. .los que no saben letras, como yo ...— sólo podemos considerar sus afirmaciones como fruto de una profunda humildad, pues sabemos que ha leído mucho, que ha sido amiguísima de leer buenos libros, y que esas lecturas han ejercido también cierto influjo sobre su obra. Entre ellas figuran las Epístolas, de San Jerónimo; el Ter­cer abecedario espiritual, de Francisco de Osuna; las Morales, de San Gregorio; las Confesiones, de San Agustín, de las que dice que cuando comienza a leerlas paréceme me vía yo allí, y otras que como aquéllas tratan de oración. 

A Santa Teresa le importa declarar bien las cosas del alma. De ahí que trate de iluminar ese lenguaje de espíritu, ese lenguaje tan del cielo que acá se puede mal dar a entender, aunque más queramos decir, si el Señor por expe­riencia no lo enseña. Por eso dice: Siempre tuve esta falta de no me saber dar a entender —como he dicho— sino a costa de muchas palabras.

Ante la imposibilidad de expresar con ellas sus experiencias místicas —Yo no sé otros términos cómo lo decir ni cómo lo declarar...— se vale de un lenguaje simbólico con el que intenta explicarlas en el ámbito de la realidad sensible:

 Aquí es la pena de haber de tornar a vivir, aquí le nacieron las alas para bien volar; ya se le ha caído el pelo malo, aquí se levanta ya de el todo la bandera por Cristo, que no parece otra cosa sino que este alcaide de esta fortaleza se sube, u le suben, a la torre más alta, a levantar la bandera por Dios. 

Se suceden, pues alegorías (las cuatro maneras de agua de que se ha de sustentar este huerto.... es decir, los cuatro grados de oración que el Señor ha puesto en su alma); metáforas (Por estar arrimada a esta fuerte coluna de la oración pasé este mar tempestuoso casi veinte años con estas caídas.); comparaciones (.. .el alma, da un vuelo y llega a mucho, aunque —como aveclta que tiene pelo malo— cansa y queda.); expresiones paradójicas (glorioso desa­tino; celestial locura; desasosiego sabroso; mil desatinos santos; borrachez divi­na; gozosa pena). También emplea el diminutivo para manifestar su conmo­ción de ternura (centellica; consideracioncillas; devocioncitas; fontecicas; peca-dorcilla; ermitillas).

Los vocablos amplían así su dimensión conceptual para abrazar la infinitud vivida.

Su estilo de ermitaños y gente retirada goza de natural espontaneidad, "pa­rece ser —según Aubrey F.G. Bell— la cubierta del alma viviente, cascara de la medula del pensamiento, y emoción".

La Santa parece complacerse en la llaneza del habla de las casas hidalgas de Castilla la Vieja, por eso escribe con simplicidad, o —como bien dice Ra­món Menéndez Pidal— "habla por escrito". Y como el cuidado de la forma es para ella tentación de vanidad, evita toda corrección posterior de sus obras: Puede ser vayan algunas cosas mal declaradas y otras puestas dos veces; porque ha sido tan poco el tiempo que he tenido, que no podía tornar a ver lo que escribía; Por no ocupar tiempo habrá de ir como saliere, sin concierto.

En algunos pasajes de sus libros critica su estilo: .. .mi estilo es tan pesado que, aunque quiera, temo que no dejaré de cansar o cansarme, pero Dios le concede el don de saber decir las demás mercedes y dar a entender cómo son.
Reconoce, además, el carácter digresivo de su prosa, pues se aleja del tema central con otras consideraciones y luego vuelve a él: Quiero ahora tornar adonde dejé de mi vida...

Su afán didáctico se advierte en que corrobora con ejemplos lo que dice: ..

 cuando la obediencia os trajere empleadas en cosas exteriores, entended que, si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos en lo inte­rior y exterior. Acuérdeme que me contó un religioso que había determinado y puesto muy por sí que en ninguna cosa le mandase el perlado que dijese de no, por trabajo que le diese; y un día estaba hecho pedazos de trabajar y ya tarde, que no se podía tener, y iba a descansar sentándose un poco, y topóle el perlado y díjole que tomase el azadón y fuese a cavar a la huerta. Él calló, aunque bien afligido el natural, que no se podía valer; tomó su azadón y, yendo a entrar por un tránsito que había en la huerta (que yo vi muchos años después que él me lo había contado, que acerté a fundar en aquel lugar una casa), se le apareció nuestro Señor con la cruz a cuestas, tan cansado y fatigado, que le dio a enten­der que no era nada el que él tenía en aquella comparación.

Fray Luis de León, que no conoce a Santa Teresa, pero admira su obra y la publica, sostiene "que el amor grande que en aquel pecho santo vivía salió como pegado en sus palabras, de manera que levantan llama por dondequie­ra que pasan".


Fuente: España en sus letras; Ed. Estrada; Bs.As.; 1985.

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