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8 de junio de 2014

Análisis de Cuentos de amor, de locura y de muerte de Horacio Quiroga

Cuentos de amor, de locura y de muerte


Cuentos de amor, de locura y de muerte se publicó en 1917. Es su primer libro importante: el que lo revela como uno de los mayores cuentistas hispanoamericanos. Lo integran quince piezas que pueden clasificarse así: las seis primeras y las dos últimas son de ambiente urbano; las otras siete, de monte.
El volumen se abre con "Una estación de amor", que es, por su extensión y estructura, un relato más que un cuento: no refiere un hecho sino que desarrolla una historia. Una historia en gran parte autobiográfica: la del malogrado idilio juvenil del autor con Ana María Jurkowski. Con este asunto elabora el tema de la pérdida de la pureza y la inocencia. La narración —a nuestro juicio bien lograda— nos muestra vívidamente la primera experiencia sentimental que dejó una marca profunda en el alma del escritor.
"El solitario" es el relato de un matrimonio desigual y mal avenido. El conflicto desemboca en un desenlace melodramático.
También tiene un final impresionante La gallina degollada", de fuerte crudeza naturalista y uno de los más  terribles cuentos "con efecto" (efecto de horror) escritos por Quiroga.
La muerte de Isolda desa­rrolla una historia de amor sobre un fondo de música wagneriana y con elementos fantásticos que traen de nuevo el recuerdo de Poe.
 "Los buques suicidantes" intenta una  explicación psicológica al viejo tema de los enigmáticos "barcos  fantasmas, esas naves halladas al garete y sin ningún tripulante a bordo,  inexplicablemente desiertas. Es lo que podríamos llamar un cuento “extraño “atendiendo a esa clasificación que aparta lo extraño tanto de lo real cotidiano como de lo sobrenatural o extraordinario y lo adscribe al "realismo mágico".
Enrique Anderson Imbert distingue entre narraciones sobrenaturales y extrañas. En las primeras, dice, el narrador permite que en la acción irrumpa de pronto un prodigio. Se regocija renunciando a los principios de la lógica y simulando milagros que trastornan las leyes de la naturaleza. Por lo contrario, en las narraciones extrañas el narrador, en vez de presentar la magia como si fuera real, presenta la realidad como si fuera mágica. Y agrega: "Entre la disolución de la realidad (magia) y la copia de la realidad (realismo) el realismo mágico se asombra como si asistiera al espectáculo de una nueva creación. Visto con ojos nuevos a la luz de una nueva mañana, el mundo es, si no maravilloso, al menos perturbador. En esta clase de narraciones los sucesos, siendo reales, producen la ilusión de irrealidad."

En esta pieza no hay, en rigor, una ruptura de la realidad, como ocurre en lo fantástico, sino una visión inédita y más profunda de la realidad. Está desenvuelto según la lógica  de la narración enmar­cada, tan frecuente en uno de los maestros  de Quiroga: Guy de Maupassant.
"El almohadón de pluma" es otro cuento de horror. Con respecto a su genealogía, se ha recordado también el precedente de Poe, aun­que se reconocen ciertas diferencias. John A Crow señala: "En estos tres cuentos (se refiere a "La gallina degollada", "El almohadón de pluma" y "La miel silvestre") Quiroga sigue pareciéndose a Poe en su afición al horror, pero se diferencia radicalmente del cuentista yanqui en el uso que hace de estos temas Pon insiste en la nota del horror desde el primer párrafo, y logra un efecto creciente acumulativo; Quiroga se contiene con calculada anticipación hasta la crisis donde se desata en una terminación explosiva.

José Enrique Etcheverry, después de un minucioso y agudo análisis del texto, formula algunas precisiones a la opinión de Crow. Puede hablarse, dice, de un doble uso del horror en esta pieza. El primero, el visible a primera vista, responde sin duda a la mecánica que Crow ha señalado. "Pero el horror más profundo es el que se instala en las relaciones del matri­monio Jordán y late subyacente a lo largo del relato, impregnando la narración entera. La estridencia del final puede disimularlo y sin duda Quiroga no fue ajeno a ese efecto que pretende —y lo logra magistralmente— despistar al lector desprevenido. Ese segundo uso del horror —más sutil, más alambicado, más cumplidamente artístico— es el que separa definitivamente a Quiroga de su ilustre predecesor norteamericano. 

Los cuentos que lo ejemplifican son los que conce­den a Quiroga su honda vigencia literaria. Este relato del año 1907 (o sea, de los comienzos de Quiroga en la difícil disciplina del cuento breve), siendo como es un logro de primera magnitud, anticipa frutos más sazonados en que el horror confiere al relato su más entrañable significado.
"Nuestro primer cigarro" recrea con gran frescura y vigor un mo­mento de la niñez de Quiroga y de su vida familiar. Por ello, vale no sólo literariamente sino también como significativo documento biográ­fico y psicológico. En esta evocación de la infancia predomina el tono humorístico, pero se deja entrever —como lo ha señalado sagaz­mente Rodríguez Monegal— la ansiedad del niño huérfano de padre y que ha sufrido otra pérdida afectiva: la de la madre, cuyo segundo matrimonio él debió de haberlo vivido como un abandono. 
Cierra el volumen "La meningitis y su sombra", un singular y romántico idilio entre el protagonista narrador y una joven de la aristocracia porteña que, en el delirio de la enfermedad, le declara su amor. Por su extensión y estructura —al igual que la pieza que abre el libro— es un relato más que un cuento. En algunas de estas narraciones urbanas perduran rasgos modernistas o decadentes.
Los cuentos de monte constituyen, sin duda, la revelación del volumen. Allí está ya de cuerpo entero el narrador auténtico y original El grupo se inicia con "A la deriva", su primer cuento misionero —apareció en la revista Fray Mocho en 1912— y uno de los más acabados que escribió. El tema es la desigual lucha del hombre contra la naturaleza. Está realizado con notable economía y precisión. Por su concentración e intensidad constituye un verdadero modelo de estructura cuentística. 

Saúl Yurkievich, que lo estudió detenidamente, afirma: "La acción narrativa está maravillosamente urdida; este cuento es acción pura, acción en dos planos: uno exterior, objetivo (escenas primera, segunda, tercera y cuarta), y otro interior, subjetivo (escena quinta). No hay comentarlo de ninguna especie, sólo repre­sentación de los acontecimientos, representación plástica, senso­rial". Y agrega que esa pieza es excepcional entre las de Quiroga, no sólo por su perfección en cuanto a la técnica narrativa sino por el valor de su prosa.
"La insolación" es otro de sus mejores cuentos, otra prueba de sus admirables condiciones de narrador. Escrito antes que "A la deriva" (se publicó en Caras y Caretas en 1908), fue el primero de sus cuentos chaqueños (ciclo breve pero significativo, pues señala la madurez del escritor). El argumento desarrolla un motivo popular: la creencia según la cual los perros tienen la facultad de intuir que alguien se acerca a su hora final. El tema, es decir, el sentido o significado que adquiere el argumento, es la inexorabilidad de la muerte. Tema trágico y universal, desenvuelto con sin igual vigor dramático e impar verosimilitud. El punto de vista de los perros —que alterna con el omnisciente y con el objetivo— produce una impresión de realismo mágico más que de fantasía. En efecto, la experiencia que allí se describe trasciende nuestras posibilidades de conoci­miento: no podríamos negar, fundadamente, que los perros ten­gan las dotes visionarias que se les atribuye. Más que frente a una ruptura de la realidad estamos de nuevo ante una profundización en sus capas más hondas y oscuras. El escritor ha penetrado hasta allí en una especie de rapto intuitivo, una de esas singulares iluminaciones que parecen estar más allá de la razón y que surgen a veces, de improviso, como un genuino don del arte. Este cuento, escrito cuando Quiroga no había cumplido aún treinta años, revela que en esa época el narrador era ya dueño de todos sus recursos.
También son animales y hombres los personajes de "El alambre de púa". El protagonista es el poderoso toro Barigüí —encarnación de la fuerza bruta—, que invade la chacra vecina y al final recibe un sangriento castigo. Rodríguez Monegal señala que, a diferencia de la pieza anterior, aquí el autor explica mucho y con ello disminuye en parte el efecto del cuento. En nuestra opinión, lo que más lo perju­dica es que demora mucho en entrar en materia: dilata demasiado el comienzo. 

"Los mensú", relato de gran vigor y realismo, muestra la explotación de los trabajadores en los obrajes del Alto Paraná. Con un enfoque rigurosamente objetivo, revela cómo la conducta de los mensú, su actitud ante la vida, los convierte en cómplices de su propia expoliación, o, dicho de otro modo, en víctimas casi volunta­rias. El lector, por sí mismo, ha de comprender que esos hombres están encerrados en un círculo vicioso del cual no pueden escapar.
"Yaguaí" tiene como protagonista a un foxterrier que cambia de dueño para ser adiestrado como perro de monte. Aquí el animal está visto desde fuera, con una mirada que registra minuciosa y sabia­mente todos los detalles de la vida en la selva. Este predominio de lo descriptivo lo acerca más al relato que al cuento.
En "Los pescadores de vigas" se retrata a un personaje misionero, el indio Candiyú, pescador de troncos que arrastra el Paraná durante las crecientes. Candiyú arriesga su vida en esa tarea para cambiar la madera por un viejo fonógrafo, trueque que le ha propuesto mister Hall, el contador del obraje. El indígena se juega la vida por una chuchería, como los protagonistas de "Los mensú" empeñan la suya por una noche de orgía. 

"La miel silvestre" es un cuento de horror ubicado en la selva misionera. La primera lectura de esta pieza resulta, en verdad, estremecedora: el lector siente en su propia piel ¡a marea de hormigas carnívoras que devora cuanto ser viviente encuentra a su paso— que ascienden sobre las piernas del protagonista, inmovilizado por el efecto paralizante del panal silvestre que acaba de comer.
Cuentos de amor, de locura y de muerte consagró a Horacio Quiroga como uno de los principales cuentistas de lengua española. En este libro se encuentran varias de sus mejores historias de monte, que constituyen lo más valioso y original de su obra. Con ellas se aparta claramente del modernismo y decadentismo iniciales y avanza en la vía del criollismo. Ahora sí podemos ver a Quiroga, como hombre y como escritor, bien instalado en la realidad. Y, además, enriquecido tanto por la literatura como por la vida. Es el libro que lo convierte, asimismo, en el precursor de una vigorosa corriente de la literatura hispanoamericana: la "literatura de la tierra".

Fuente: Los desterrados, estudio preliminar de Fernando Rosenberg; Ed.Kapelusz, Bs.As., 1987



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