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8 de febrero de 2014

Análisis de Ulises, de James Joyce

Análisis de Ulises, de James Joyce

Estructura
El ámbito temporal en que transcu­rre todo el Ulises es el 16 de junio de 1904. El ámbito espacial es la ciudad de Dublín. Su protagonista es Leopol­do Bloom, de raza judía, agente de anuncios publicitarios que debe idear una marca de fábrica para la empresa en que trabajaba.
La trama está dibu­jada sobre el tejido estructural de la Odisea; igual que en ésta, estamos en presencia de la decadencia de una ciu­dad, Dublín -que hace las veces de Ítaca. Como en la Odisea, Bloom (Ulises) vuelve al final, por la noche, a su ho­gar, en compañía de Esteban Dédalo (Telémaco), en tanto su mujer, Molly (Penélópe), lo espera en la casa.
Pero las fantásticas aventuras que vive Uli­ses en muchos años son aquí reduci­das a un solo y estrecho día de exis­tencia vulgar. La prosaización del hé­roe narrativo alcanza su deliberado apogeo. El marco de la epopeya es un fondo irónico sobre el cual resaltan mejor las apacibles andanzas de Bloom. Cornudo, perteneciente a una raza perseguida, más bien inestable en su situación económica, Bloom es, sin embargo, un Ulises tan humano y representativo como el del viejo poema épico. Tanto uno como otro consiguen expresar la riqueza y la multiplicidad de la experiencia humana; cada uno es un hombre, todos los hombres.
 Los 24 libros de la Odisea son reordenados por Joyce en 18 episodios fundamentales; la cronología y la impor­tancia de los episodios no respetan rigurosamente el esquema homérico, pero éste no sufre otras alteraciones fundamentales.
La primera parte del Ulises, que corresponde a la "Telemaquia" clásica, se dedica a Esteban Dé­dalo, que vive con un amigo, Buck Mulligan, y que aquella mañana dará su clase habitual en la escuela privada del señor Deasy. La escena clave es el recuerdo, por el joven, de la muerte de su madre, y sus propios remordímientos por no haberse arrodillado cuando su madre se lo pidió, antes de morir.
La segunda parte de la obra, que indudablemente es su centro por la extensión y la im­portancia de sus episodios, está bási­camente dedicada a Bloom, Ulises mo­derno que es sorprendido a la maña­na, antes de salir de su casa, ofrecién­dole el desayuno a su mujer y comien­do "con fruición órganos internos de bestias y aves". Bloom  en un individuo perfectamente medio­cre y antiheroico, pero que no carece de cualidades y rasgos distintivos: sensualidad, afición por las artes, falta de talento práctico, curiosidad intelec­tual. Al mismo tiempo, este Ulises compondrá con su Telémaco una uni­dad en que prácticamente estará con­tenido todo el mito.
En contraste con el intelectual Telémaco, el sensual Ulises presenta sus funciones físicas con la misma morosidad que aquél había consagrado a sus remordimientos y a sus conflictos interiores. Con Bloom hace su entrada también el idioma co­loquial dublinés, que en adelante será usado en forma intermitente.
Ya planteados los respectivos puntos de vista de Esteban y de Bloom, el autor se lanza resueltamente a una serie progresiva de experimentaciones con el lenguaje y la composición na­rrativos, que sumergen a los persona­jes en una ronda infernal de procedi­mientos técnicos y sinuosidades de es­tilo, sin que, curiosamente, se pierda nunca el hilo del relato.
 Lo primero que hace Bloom esa mañana es asis­tir al entierro de Paddy Dignam; más tarde, se hace presente en la redacción de un periódico, para gestionar un avi­so publicitario; después, aparece en la taberna de Barney Kiernan, donde toma unas copas y sufre los embates de un furioso antisemita, convertido en el Cíclope de la historia. La medio­cridad y las sucesivas frustraciones de Bloom, lejos de reducir su estatura de héroe, insinúan que las únicas haza­ñas épicas posibles son, en esta Odi­sea moderna, los fracasos cotidianos.

Por un momento, la acción se desplaza a la Biblioteca Pública, por la que Bloom solo pasa fugazmente, y la aten­ción vuelve a fijarse en Esteban, que expone una ingeniosa y gratuita teo­ría sobre Shakespeare, parodia de uno de los lugares comunes seculares de la intelectualidad inglesa.
Las peregrina­ciones de Ulises por Dublín se suceden hasta que; al atardecer, en el parque, encuentra a una jovenzuela, Gerty MeDowell (la Nausícaa homérica), que, a pesar de su cojera, provoca su ima­ginación y su sensualidad, llevándolo hasta la masturbación. Cerca de la no­che, finalmente, Bloom y Esteban coin­ciden en la maternidad dublinesa, don­de Mina Purefoy espera a su hijo.

El último episodio de la segunda par­te, el de Circe, que relata la visita de Esteban y de Bloom al barrio de los burdeles de Dublín, es la "noche de Walpurgis" del Ulises, suerte de "dra­ma" de la conciencia en que las alego­rías operan de acuerdo a las catego­rías de los autos medievales, aunque la materia alcanza a menudo una cru­deza profana difícil de igualar. En este largo fragmento, construido según la técnica dialogada del teatro (aunque, junto a los personajes reales de la historia, aparezcan otros tan difíciles de resolver escénicamente como Las Campanillas, El Reloj, Los Discos, Las Hijas de Erín, Los Brutos Machos, Los Circuncisos, La Vieja Abuela Pasita, La Voz de Todos los Benditos y Los Tejos, aparte de personajes históricos como Parnell, Eduardo VII y el Arzo­bispo de Armagh y prostitutas del burdel de Bella Cohén como Brigi la Po­drida y Catita la Conchuda), «miren cosas tan sorprendentes como la coro­nación de Bloom como emperador de Irlanda y su posterior caída vergon­zante, como el parto del propio Bloom —en el que da a luz "ocho niños varo­nes amarillos y blancos"—, como las alucinantes discusiones sobre el judaismo y el cristianismo, como la transformación de Bloom en una pu­pila más del burdel de Bella.
El propó­sito del fragmento no es  en una vertiginosa sucesión de situa­ciones y personajes, las diversas capas de la conciencia y los estratos  memoria, sino agotar las posibilida­des combinatorias que brindan los  dis­tintos personajes y su contorno en es­ta especie de pesadilla dramática.

La última parte del libro corresponde al regreso a Ítaca, es decir, a la vuel­ta
de Bloom a su hogar, esta vez acom­pañado por Esteban, de quien no se  ha separado desde su encuentro en el barrio de los burdeles. Comienza esta parte  con las largas conversaciones y digresiones de los  dos personajes en el refugio del cochero; sigue con la escena de la cocina de la casa de Bloom, adonde han llegado Esteban y el dueño de casa (y que  es resuelta con una serie de preguntas y las res­puestas correspondientes,  en forma de inventario administrativo).

Por fin, el Ulises concluye con el largo monó­logo  interior de Molly Bloom que, ten­dida en la cama, espera a su marido. Es éste el pasaje más difícil de admitir por las normas de la moral conven­cional, y al mismo tiempo, uno de los más audaces desde  el punto de vista de la técnica literaria. El monólogo interior cuenta aquí con los auxilios del llamado  procedimiento de "la co rriente de la conciencia", que Joyce de hecho inaugura en la narrativa  con temporánea, por más que él mismo hubiera reconocido su deuda con el francés Edouard Dujardin  y aunque, en realidad, esta técnica hubiese sido parcialmente practicada por escritores del siglo XIX ;  lo original de Joyce es su aceptación de todas las capas de la conciencia, con predominio de las  asociaciones referidas a la vida pura­mente fisiológica y a la sexualidad. La vibración de la  conciencia de Molly Bloom es la palpitación de una masa de carne femenina que despierta a la evocación de un acto o de una situa­ción sexual y que, a la manera dé una vigorosa encarnación de  la vida en sus elementos más indiferenciados, está abierta a todas las sensaciones exteriores.

El repaso de los acontecimientos de la tarde —que incluyen un adulte­rio perpetrado en su  propia casa—se mezcla con las reminiscencias de otras experiencias sexuales y también de su  juventud en Gibraltar, de la historia de su relación con Bloom y de su vida en común, aparte de infinidad de digresiones que van rellenando los es­pacios  vacíos de su personalidad.

El final del libro —si bien mantiene la correspondencia  con el de Penélope  en la epopeya homérica —no cierra un ci­clo como ocurre en la Odisea,  sino  que representa  una suerte de abertura y fluidez en el tiempo que  convierte al libro en un  recorte puramente  espa­cial de vida que no tiene  necesaria­mente  principio ni fin.

Para explicar  la composición  del Uli­ses, se han propuesto los más variados  modelos:  aparte del obvio del  poema antiguo,  se ha apelado a un esquema ,   que tiene en cuenta sucesivamente a las  diferentes partes  del cuerpo hu­mano (hasta concluir, con el monólo­go final, en el sexo),  o que simbólica­mente se va  refiriendo a los distintos colores, o que enfrenta  gradualmente, las diversas figuras retóricas;  pero probablemente la construcción más correcta sería aquella que partiese de la  sencilla  oposición entre el hombre y la ciudad (objetividad/subjetividad,  Dublín/Bloom, Dublín/Esteban),  para ir desplegando toda la gama de tensio­nes que la  novela expresa. En rigor, nada sería  más inútil que buscar en otra parte un principio estructural pa­ra una obra  cuyo rasgo constitutivo  de composición es, precisamente, la variedad composicional.

Fuente: Literatura Contemporánea; CEAL, Bs.As.,1970.


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