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27 de agosto de 2011

CUENTO POPULAR: El mancebo casado con mujer brava

CUENTO POPULAR: El mancebo casado con mujer brava

Versión modernizada del Ejemplo XXXV del Libro de los Enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio (1335), del Infante don Juan Manuel, uno de los textos capitales del siglo XIV español y que parece inspirado en el plan general del Pantchatantra indio (años 300 a ©00 D.C.).Dentro de la tradición letrada el tema popular de la "fiErecilla domada" fue retomado por Shakespeare en su comedia The taming of the shrew. En la corriente oral apa­rece, entre otras versiones, en los Cuentos Populares de Castilla, recopilados por Aurelio Espinosa (h.) hacia 1936. Cfr. "La mujer dominante", catalogado entre los cuentos "ejemplares y religiosos" de esa selección. Aarne-Thompson lo clasifican en su catálogo bajo el número 901.

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En cierta aldea vivía un hombre bueno que te­nía por hijo al mejor mancebo del mundo, mas no era tan rico como para cumplir tantos y tan gran­des hechos como su corazón le daba a entender; y por eso vivía en gran cuidado, pues tenía la bue­na voluntad pero le faltaba el poder.

En la misma aldea vivía otro hombre, más hon­rado y rico que el primero, que tenía una única hija que era tan mala y caprichosa como bueno y gentil era el mancebo, y por ello nadie quería casarse con aquel diablo.

Un día el mancebo habló con su padre y le dijo que bien sabía que él no era tan rico como para darle con qué vivir honradamente, y que se con­formaba con llevar una vida menguada o de­bía, por el contrario, irse de aquellas tierras, o bien pensar en algún casamiento ventajoso; y el padre aprobó esta idea y díjole que buscaría la forma de concertar un matrimonio de provecho para él. Agregó entonces el mancebo gentil que, si él quisiese, podía guisarse de manera que aquel hombre bueno que tenía una hija se la diese en matrimonio. Quedó maravillado el padre al oírlo y le preguntó que cómo pensaba tal cosa, pues no existía hombre que conociéndola, por más pobre que fuera, aceptase casar con ella; y el hijo insistió en que se concertase aquella boda, y tanto ar­guyo que el padre, grandemente extrañado, acce­dió a intervenir en el caso.

Y fuese luego a la casa del hombre bueno, de quien era muy amigo, y díjole cuanto pasaba con su hijo y rogóle que, puesto que el mancebo se atrevía a casar con su hija, se la concediera en matrimonio; y cuando el hombre bueno escuchó estas razones dijo:

–Por Dios, amigo; si yo tal cosa hiciese obraría como un falso amigo, pues tenéis un buen hijo y sentiría que cometo una villanía si consintiese su mal o su muerte; y estoy seguro que casado con mi hija sería hombre muerto o más le valdría la muerte que la vida, y no creáis que os digo esto por no cumplir vuestros deseos, que realmente mucho me place darla a vuestro hijo o a quienquie­ra que me la saque de casa.

El casamiento se hizo, por fin, y llevaron a la desposada a casa del marido. Los moros tienen por costumbre preparar la cena a los novios y po­nerles la mesa, y los dejan en su casa hasta el día siguiente. Hiciéronlo, pues, de esta manera, pero estaban los padres y parientes del novio y de la novia con gran recelo, esperando que a! otro día encontrarían al joven muerto y muy maltrecho.

Cuando los novios quedaron solos sentáronse a la mesa, y antes de que ella pudiese decir palabra miró el mancebo en derredor y viendo un perro le dijo, con tono iracundo: –¡Perro, danos agua a las manos! Y el perro no lo hizo, y él comenzó a impacien­tarse y díjole más imperiosamente que trajese agua. Y el perro no lo hizo, viendo lo cual se le­vantó el mozo con gran ira y echando mano a la espada enderezó contra el perro, que comenzó a huir perseguido por el enfurecido mancebo. Salta­ban ambos sobre los manteles, la mesa y el fuego, y tanto lo persiguió el mozo que al fin lo alcanzó y le cortó la cabeza y las patas e hízolo pedazos y ensangrentó toda la casa, la mesa y los manteles.

Y todavía sañudo y todo ensangrentado volvióse a sentar y miró cuanto le rodeaba, y vio entonces un gato y le hizo el mismo pedido que al perro, y como el gato no obedeciera dijo:

–¿Cómo, don falso traidor; no viste lo que hice con el perro porque no quiso cumplir mi orden? Te prometo que si porfías te pasará a ti lo mismo.

Y como permaneciera imperturbable se levantó el novio y tomando al gato por las patas lo estre­lló contra la pared e hizo de él cien pedazos, mos­trando todavía más saña que contra el perro.

Furioso y haciendo gestos espantables volvió el mancebo a la mesa y miró a todas partes, y cuan­do la mujer lo vio en este estado pensó que es­taba loco o fuera de sus cabales, y no dijo nada.

Y mirando en torno suyo vio el novio un caballo de su propiedad que en la casa estaba, y como a los anteriores le pidió muy bravamente que le die­se agua.

–¿Cómo, don caballo? ¿Piensas acaso que porque no tengo otra cabalgadura habré de perdo­narte si no obedeces lo que te encargo? Guárdate bien, que si por tu mala ventura no cumples mi mandato juro por Dios que te daré tan mala muerte como a los otros, y no existe cosa viva en el mun­do que se salve de mi furia si no obedece mis órdenes.

Y el caballo permaneció quieto, y el joven le cortó la cabeza con la mayor saña que podía mostrar y lo despedazó completamente.

Cuando la mujer vio que mataba a su único ca­ballo y afirmaba que lo mismo haría con cuantos le desobedecieran, pensó que no era juego y co­menzó a sentir tanto miedo que no sabía si estaba viva o muerta.

El, furioso y completamente ensangrentado, vol­vió a la mesa jurando que si mil caballos y hom­bres y mujeres hubiese en la casa y no acataran sus órdenes, igualmente serían muertos. Y sentó­se y miró a todos lados, teniendo la espada ensangrentada en el regazo, y al comprobar que no quedaba cosa viva, salvo su mujer, la miró con gran furia y empuñando la espada le dijo:

–Levántate y dame agua a las manos.

Y la moza, que no esperaba otra cosa que ser despedazada, levantóse con mucha prisa y dióle agua a las manos y él le dijo:

–¡Ah, cómo agradezco a Dios que hayas cum­plido lo que te ordené, pues de otra manera hu­biera ocurrido contigo lo mismo que con el perro, el gato y el caballo, por el pesar que estos locos me causaron!

Después ordenó que le diese de comer, y ella lo hizo. Y cada vez que él decía algo ponía tal furia en la voz que ella sentía que su cabeza es­taba a punto de rodar por el polvo.

Así pasaron las cosas esa primera noche, en la que ella se mostró silenciosa y obediente. Acostá­ronse luego a dormir y al cabo de un rato desper­tó el mozo y dijo:

–Con la ira de esta noche no puedo dormir. Cuida que no me despierte ruido alguno y prepá­rame una comida bien adobada.

Cerca del mediodía llegaron los padres y parien­tes y al no escuchar ruido pensaron que el novio estaba muerto o herido, y al ver a la novia por en­tre las puertas creyéronlo aún más.

Cuando ella advirtió su presencia se acercó con paso leve y temeroso y comenzó a decirles:

–Locos traidores, ¿qué hacéis? ¿Cómo osáis llegar a la puerta y hablar? ¡Callad! ¡Callad, pues en caso contrario tanto vosotros como yo seremos muertos!

Cuando oyeron estas razones quedaron todos maravillados, y más aún cuando escucharon la historia de esa noche y admiraron la forma en que el mancebo cumplía con su palabra y castigaba tan bien su casa; y desde ese día en más su mujer fue muy bien mandada y vivieron en armonía.


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