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17 de enero de 2009

Eneida de Virgilio

Resumen de la Eneida de Vigilio-
El poema cons­ta de dos partes bien diferen­ciadas. Cuenta la primera (li­bros I -VI) los viajes de Eneas, héroe troyano, desde su ciudad natal , Troya, recién conquistada por los griegos, hasta las costas de Italia; es la Odisea virgiliana. La segunda parte (libros VII-­XII) refiere las guerras que los troyanos han de acometer por la conquista del Lacio, hasta la fundación del reino de Lavi­nio, precursor del romano; es su Ilíada.
Tras seis años de azarosos viajes, el héroe Eneas está a punto de alcanzar Italia cuando la diosa Juno, irritada con él, produce una terrible tempestad contra sus naves, las hace naufragar y las arroja contra las costas africanas. Allí el jefe troyano es recibido por la reina Dido, que acaba de fundar Cartago.
Invitado a un banquete por la soberana, na­rra a los asistentes la con­quista de Troya, su huida y su largo peregrinar hacia Italia, el país que designaron para él los oráculos. Dido, entre tanto, se ha enamorado del héroe, lo que traerá inevitablemente nuevas dificultades.
Eneas corresponde en prin­cipio al amor de la reina, pero muy pronto recibe órdenes de Júpiter que le recuerdan su misión fundadora. Fiel a su destino, el caudillo troyano se hace a la mar junto con sus compañeros. Dido trata de retener a su amante y ante la inutilidad de sus esfuerzos, su amor se transforma en odio. Cuando al amanecer Eneas abandona el puerto de Cartago, una hoguera le ilumina su ruta: en ella se consume Dido quien, desesperada, se suicida. Antes de morir maldice al infiel amante y a todo su pueblo y predice la grandeza futura de Cartago que, un día, será la más peligrosa enemiga de Roma y vengará el honor de su primera reina.
Al pasar por Sicilia, los expediciona­rios celebran juegos fúnebres en honor de Anquises, padre de Eneas, fallecido el año anterior; allí fundan la ciudad de Acesta, donde se quedan las mujeres y los inválidos, agota­dos del largo itinerario y continuo vagar.
Con la flor de lo troyanos, Eneas arriba a las costas de Italia y en Cuma, en el golfo de Nápoles, la Sibila le predice el porvenir y le da acceso a los Infiernos. Allí encuentra a su padre quien le pronostica las futuras grandezas de Roma, y tiene ocasión de contemplar las sombras de héroes pasados y venideros. Más tarde, la expedición tro­yana a1canza las bocas del Tí­ber, estableciendo Eneas con Latino, rey del país, las bases de un acuerdo. El soberano accede a las propuestas de su huésped y le otorga la mano de su hija, Lavinia.
Pero Juno, la rencorosa Ju­no, promueve la discordia y envía en feroz guerra contra los troyanos a Turno, caudillo de los rútulos y pretendiente de Lavinia. Remonta entonces Eneas el curso del Tíber hasta llegar a la altura de Roma, donde un reyezuelo, Evandro, rige los destinos de una pobre aldea de pastores; concertada una alianza entre ambos jefes, Evandro muestra a Eneas los lugares que un día serán famo­sos: el ara máxima, la puerta Carmental, el bosque que ser­virá a Rómulo de asilo, el Lu­percal, la roca Tarpeya. Mien­tras tanto, Venus entrega a su hijo, Eneas, las armas que ha forjado Vu1cano para él, escul­pidas con los más relevantes pasajes de la historia romana posterior.
Durante la ausencia de Eneas, Turno ataca el campa­mento de los troyanos. En el transcurso del asedio, interca­la Virgilio el episodio de Niso y Euríalo, conmovedora histo­ria de amistad que retomaría más tarde Ludovico Ariosto en el Furioso: Niso intenta avisar a Eneas del ataque de los rútu­los, acompañándolo en esta misión su fiel amigo Euríalo: llegados al campamento ene­migo, producen gran destrozo entre sus somnolientos adver­sarios; Euríalo es hecho
prisionero y su compañero Ni­so prefiere morir a su lado que escapar. Lo cierto es que Tur­no se apunta su primera victo­ria ante los troyanos.
Los dioses se reúnen en asamblea para decidir la suer­te de la guerra. Juno y Venus se enfrentan, pero Júpiter dic­tamina que hay que dejar su resultado en manos del destino. Entre tanto, Eneas llega con su flota y vence a Turno en una gran batalla, en la que muere el joven Palante, hijo de Evandro. Tras celebrar solem­nes funerales en honor de Pa­lante, los troyanos vuelven a la carga, enfrentándose de nuevo con sus enemigos, a quienes comanda en esta ocasión la amazona Camila, reina de los volscos. Eneas obtiene otra completa y resonante victoria y asalta la ciudad de Latino.
Para evitar un inútil derra­mamiento de sangre, Turno acepta una oferta que antes le había hecho su rival, la de dirimir sus diferencias en due­lo singular: el vencedor despo­sará a Lavinia y heredará el Lacio. La ninfa Iuturna actúa entonces traicioneramente en favor de Turno, su hermano; esparce la inquietud y el desor­den entre los rútulos y logra que una flecha hiera a un alia­do de Eneas; en el tumulto subsiguiente Eneas es también herido, lo que aprovecha su adversario para sembrar la muerte en las filas troyanas. Pero el hijo de Anquises vuelve pronto, curado, a la batalla. Ahora sí se produce el combate singular entre ambos caudi­llos, del que Eneas saldrá vic­torioso y Turno, muerto. De la unión entre latinos y troyanos nacerá la gloriosa Roma.
Virgilio, poeta nacional romano
Virgilio era el primogénito de los poetas del reinado de Augusto; los mismos romanos le consideraron el mayor de ellos. Nació en 70 A.J en una aldea cerca de Mantua (Galia Cisal­pina), no lejos de la región donde nació Catulo. El padre de Virgilio era muy modesto pero se sacrificó para dar a su hijo esmerada educación literaria y científica.
En su primer ciclo poético, Las Bucólicas, Virgilio canta la vida pastoril al modo de Teócrito, aunque no llegue a igualar la viveza y originalidad del modelo. Los pastores de Virgilio parecen a menudo elegantes cortesanos disfrazados de pastores. Sin embargo, Las Bucólicas muestran a una generación de ciudadanos en exceso refinados, un mundo natural y candoroso, donde puedan reposar cuantos se sientan abrumados por el vértigo humano. Virgilio escribía sus idilios pastoriles mientras las sangrientas batallas de Filipos decidían los destinos del mundo y de los siguientes años. Ello motivó su popu­laridad: Las Bucólicas ofrecen el suspirado descanso en una época turbulenta.
En el más discutido de estos poemas, el IV, el poeta predice el advenimiento de una edad de oro que sucederá a las desgarradoras guerras civiles, una época en que la tierra ofrecerá a los hombres cosechas doradas sin necesidad de simientes; las parras darán racimos sin tener que podarlas, los rebaños no temerán las fieras, morirán las serpientes y la miel destilará como rocío en los troncos de las encinas». Una era de paz anunciada por el nacimiento de un niño que reinará como dios en un mundo feliz.
¿Quién es este niño cuyo nacimiento predice el poeta con tan sugestivas frases? Cristianos piadosos creyeron ver en este poema la primera luz estelar' que guió a los magos de Oriente a la cueva de Belén. Las imágenes simbólicas de la Biblia, el rebaño, los pas­tores, la serpiente que debía mori,. les afirmaron en su convicción: el poeta aludía a Jesús. ¿Era este niño el hijo de la Virgen cuyo na­cimiento anunciaran los profetas judíos y que nació cuarenta años después? Así lo creyeron los cristianos medievales que consideraron a Virgilio como un santo profeta. Todavía hoy, ilustres historiadores enfocan el problema con un sentido místico. No es imposible que Virgilio, hombre piado,. oyese hablar de las profecías de Isaías, y quizá pudo leer a los profetas hebreos en su traducción griega, la Septua­ginta.
Pero hay algo evidente: la mayoría de las imágenes del poema virgiliano proceden de poetas helenos o helenísticos más antiguos (Píndaro, por ejemplo) y de cantos universalmente conocidos sobre los tiempos dichosos de la edad de oro. Los discípulos de Platón y de Pitágoras estaban íntimamente persuadidos de la inminente lle­qada de esta época; oráculos y sibilas también lo habían predicho. Todas estas profecías parece que se originaron en Egipto, primer país culto, cuna de tantas doctrinas misteriosas. Después de todas las calamidades sufridas por la generación de Virgilio se deseaba como nun­ca la paz y la esperanza de verla reinar en la tierra.
Por ello es preferible admitir que el poema, pese a la influencia oriental que aparezca en él, es fruto resultante de la angustia del pueblo romano durante aquella época turbulenta y de su gran deseo de paz. Estas aspiraciones pacíficas originaron una segunda hipótesis: el niño que iba a nacer sería el hijo que Augusto esperaba de su segunda esposa. Esperanza que se desvaneció muy pronto y de modo casi humorístico pues el hijo fue niña: Julia, que tanto daría que hablar. Ahora bien, aunque su predicción sea inexacta, el poema de Virgilio posee un valor permanente; nos pinta la atmósfera de una época en extremo desgraciada en que cada uno deseaba con toda el alma salir de aquella situación inextricable.
Años después a Las Bucólicas siguieron Las Geórgicas, poema didáctico en cuatro libros sobre la agricultura, el cultivo de la vid, la ganadería y la apicultura y al mismo tiempo un himno a la vida campesina, sencilla y natural. El primer libro termina con una emo­tiva oración a los dioses tutelares de Roma para que ayuden a Octavio y protejan a este héroe campeón de la paz, que trata de acabar con la violencia y con los atropellos y revalorizar el arado y al agricultor. El ciclo entero se clausura con un homenaje a César «cuya poderosa mano blandió el rayo de la guerra hasta las riberas del Eufrates, ofreciendo a los pueblos sometidos paz y leyes benig­nas, abriéndose camino hasta el Olimpo».
En el año 29, al regresar Augusto a Roma vencedor en Accio, el poema estaba terminado y podía ser leído ante Augusto por el mismo autor y su protector Mecenas. Augusto halló en el poeta un propagandista -inconsciente, en verdad- de su política agrícola. El emperador quería que los proletarios de Roma volvieran a la tierra, restaurando así la clase social que originó la grandeza romana. Virgilio se convirtió de esta forma en el Hesíodo romano, después de haber sido el Teócrito. El mismo afirmó que quiso dar a Roma, con sus Geórgicas, un paralelo a la obra de Hesíodo, Los trabajos y los días.
Las Geórgicas es un poema didáctico; el autor quiere enseñar al campesino romano la mejor manera de trabajar la tierra y cuidar el ganado. Con todo, la obra no es nunca árida o pedante. El poeta parece tocar con su varita mágica los trabajos del campesino dando un encanto nuevo a las labores más prosaicas. Canta, arrebatado, elogios a su querida Italia y las delicias que proporciona. Describe a las mil maravillas el trabajo del campesino en su viña. La protec­ción de los sarmientos y su poda en el momento preciso, igual que debe dejarse a los jóvenes que desarrollen sus buenas disposiciones, aunque en tiempo oportuno se les enseñe orden y disciplina.
Terminadas sus Geórgicas, Virgilio se consagró a una nueva obra que recogía una idea acariciada por Augusto: ofrecer a los romanos una gran epopeya nacional que sustituyera al poe­ma de Ennio, anticuado y rudo. Así nació la más célebre de sus obras, la Eneida, que exalta la historia romana haciéndola re­montar hasta Eneas, pariente del rey Príamo. Después de Héctor, era Eneas el más valiente de los troyanos; y no era menor su piedad, De esta manera, Roma tenía a Troya por metrópoli y el troyano Eneas, antepasado de Augusto, era el verdadero
fundador de la ciudad, porque la gens Julia era descendiente de Julo, hijo de Eneas.

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