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25 de junio de 2008

RESUMEN- ANÁLISIS DE La Lección de Eugène Ionesco: Elementos para su análisis


RESUMEN -ANÁLISIS DE LA LECCIÓN DE EUGÈNE IONESCO- TEATRO DEL ABSURDO


Eugène Ionesco nació en Rumania en 1912 y murió en Francia en 1993. Es uno de los representantes más importantes del teatro del absurdo. Es autor de obras como La cantante calva, Las sillas, Rinoceronte, Frenesí para dos y el rey muere. En ellos aparecen personajes sumergidos en un mundo en el que no es posible percibir o descubrir ningún sentido. Sus piezas teatrales por lo general presentan situaciones humorísticas pero atravesadas por la crueldad y el desamparo que exhiben sus protagonistas.


Frente a una obra de teatro del absurdo, muchos espectadores desprevenidos tienen la impresión de no haber entendido nada, de que el significado último de la obra se les escapa. En realidad, gran parte de estas obras plantean precisamente ese mismo “sin sentido”. Por este motivo, requieren de un público muy activo, capaz de fabricar ese espectáculo diferente, alejado de las convenciones más previsibles del realismo.

En la obra La lección de Eugène Ionesco, una alumna se prepara para un doctorado y recurre a las clases particulares de un profesor ya anciano. Durante esa clase, los vínculos entre una y otro se irán degenerando hasta llegar a un final extremo. La obra presenta una serie de rasgos que evidencian un clima social vinculado con la situación de angustia que se vivía en la Europa des­pués de la Segunda Guerra. La visión crítica de Ionesco contribuyó a la to­ma de conciencia que trajo como consecuencia un proceso de reconstruc­ción económica y social.

Los personajes de las obras clásicas son héroes, ya que llevan adelante acciones que el hombre medio no realiza para lograr un objetivo determinado (conseguir el amor de una mujer, liberar a su pueblo de una peste, etc.).



Los personajes de La lección no tienen metas claras, ni deseos definidos, ni lle­van adelante acciones heroicas, sino que parecen dejarse llevar por las pautas formales que impone la sociedad. De esta manera, alejados de su interioridad y de sus deseos, se vuelven poco más que fantasmas ridículos. Cuando el profesor y la alumna se harten de esa formalidad vacía que no responde a un verdadero interés por el otro ni al respeto, ocurrirá el desenlace trágico: el profesor mata a la alumna.
Sin metas y sin deseos, los dos personajes parecen desco­nocer por qué y para qué hacen lo que están haciendo. Si los personajes de la tragedia clásica y moderna sabían para qué estaban en el mundo (cuál era su destino), los personajes del teatro del absurdo no lo saben. Ese desconocimiento no los hace ignorantes sino ridículos, puesto que permanecen en sus sitios sin saber por qué.
Esta forma de presentar a los personajes se relaciona con una visión del ser humano "medio", considerado como alguien des­protegido en un mundo en el que las decisiones que tienen que ver con su vida y con su muerte están fuera de su control.
Las posturas críticas y pesimistas con respecto a los seres humanos son presentadas por medio del humor, a menudo violento. Entonces, se propo­ne a través de la risa, una reflexión sobre las situaciones absurdas o sin sentido que viven los personajes. La insistencia del profesor hacia la alum­na, por ejemplo, resulta sumamente graciosa, excepto para la propia chica que no escapa del tormento en el que está metida. El espectador ríe pero también se cuestiona por qué no abre la puerta y huye: la alumna no escapa porque no puede o porque no se le ocurre. No es consciente de su sufrimien­to, ya que se comporta casi como una autómata; no tiene libertad.
El hombre contemporáneo, según esta visión absurda, no puede tener metas ni ambiciones trascendentales (llegar a Dios, ganar el Paraíso o hacer la Revolución) ya que es un ser que no tiene creencias. Sin embargo, como la alumna, todavía espera, aunque no sabe muy bien qué. El tópico de la es­pera por algo que no se sabe bien qué es ni para qué sirve aparece en mu­chas obras de estos autores, como Esperando a Codot, de Samuel Beckett.

En la obra de Ionesco, el tema de la incomunicación entre el profesor y la alumna, es decir, la imposibilidad de encontrar acuerdos y puntos de encuentro con el otro, aparece como predominante. El planteo de la incapacidad para comunicarse refleja también una visión pesimista acerca de las personas. Si estos no pueden dia­logar (es decir, compartir sus deseos, sus miedos, sus ale­grías y sus sueños), ¿qué presente pueden construir?.



Un mundo de palabras vacías
La incomunicación aparece reflejada especialmente en la manera en que se utiliza la palabra. Los personajes se comunican entre sí y con el público mediante el lenguaje oral. El teatro del absurdo, en cambio, se vale de la palabra precisamente para denunciar la falta de comunicación y de contacto entre las personas. En La lección, los protagonistas hablan y hablan todo el tiempo, casi sin parar, pero sus palabras sólo sirven para ocultar que no tie­nen nada para decirse y que no tienen capacidad para entenderse. La palabra pierde su contenido, su significado, para transformarse simplemente en un significante vacío que nada transmite. El siguiente fragmento sirve para ejemplificar lo dicho:



EL PROFESOR.-Usted tiene ... Usted tiene ... Usted tiene ...
LA ALUMNA-Diez dedos.
EL PROFESOR.-Como usted quiera. Perfecto. Usted tiene, pues, diez dedos.
LA ALUMNA-Sí, señor.
EL PROFESOR.-¿Cuántos tendría si tuviese cinco?
LA ALUMNA-Diez, señor.



La poca acción
En el teatro moderno, por ejemplo el que producen dramaturgos como William Shakespeare, los personajes por lo general persiguen grandes metas: saber la verdad, tomar el poder, instaurar la justicia, salvar al pueblo. Para alcanzar esos objetivos se producen situaciones colmadas de enigmas, enre­dos y acciones secundarias.


En el teatro del absurdo, en cambio, e! argumento es mínimo; por ejemplo la trama de La lección puede reducirse a dos polos de acción: una alumna ineficiente y un profesor que no logra hacerse enten­der. Pero estas acciones mínimas están fuera de toda lógica y resultan siem­pre inesperadas. Es más, pueden adoptar la forma de una pesadilla de la que no es posible salir, como sucede cuando el profesor le pregunta a la alumna cuántas orejas le quedan si le saca una. Se busca, de esta manera, que el es­pectador se centre en las emociones más íntimas de los personajes y en los efectos que estas producen sobre los otros personajes.
El teatro del absurdo reflexiona sobre las convenciones de la sociedad moderna, sus certezas y las seguridades que brinda y, en consecuencia, sue­le cuestionar los fundamentos de las instituciones sociales, como la escuela, a las que asocia a un tipo de violencia que imposibilita que los jóvenes pue­dan pensar libremente.

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